2005. Artículo editorial escrito para Diario Hoy.
Cuando reina la sumisión y la mediocridad, aumenta la influencia de la Embajada de los EEUU. Eso se magnificó durante la gestión de Lucio Gutiérrez. Ahora, en vista de que los EEUU habrían perdido su coronel, la OEA, el viejo «misterio de colonias», pretende darnos cátedra de democracia cuando antes ni se mosqueaba por las violaciones constitucionales del coronel. Washington tutela nuestra democracia a través de múltiples instancias, lo sabemos. Y últimamente lo hace a través de un instrumento más sutil: la lectura que hacen inversionistas internacionales de la economía y «desde ella» incluso de la política del país.
Así, ante la posibilidad cierta de un cambio en la orientación económica -por primera vez en décadas estará el ser humano en el centro de la política económica y no exclusivamente la acumulación del capital-, varios bancos de inversión expresan su preocupación. Recomiendan cautela a los inversionistas. Y no faltan los felipillos de siempre, quienes, casa adentro, interpretan este llamado de atención como algo que debe ser tomado muy en cuenta.
El termómetro para medir estas señales es el riesgo-país y la cotización de los bonos de la deuda. Los gobiernos títeres como el del coronel, afirman su gestión a través de estos indicadores: si el primero sube y el segundo baja, se preocupan; su satisfacción es inocultable, si la evolución es inversa. ¿Qué significa en realidad el «riesgo-país»?
Este indica el nivel de incertidumbre para otorgar un préstamo, según la lectura tecnocrática. En realidad determina el grado de «lamebotismo» frente a los acreedores externos. El manejo macroeconómico, que aumentó el servicio de la deuda pública en 60% en el año 2004, en relación al 2003, es lo que cuenta para estos inversionistas. A ellos no les importa que este logro se haya obtenido reduciendo la inversión pública efectiva en educación y salud.
A la voluntad política de los pueblos se la quiere domar esgrimiendo la preocupación de los inversionistas extranjeros. George Soros, el mayor especulador internacional, es categórico al respecto: mientras en la antigua Roma solo votaban los ciudadanos romanos, en el capitalismo global, solo votan los capitalistas norteamericanos, a través de sus empresas especializadas en determinar el riesgo-país. Estos «electores externos» resultan más respetables que los ciudadanos comunes y corrientes.
Su peso real parece mucho más duradero que el de los ciudadanos de un país como el Ecuador, cuya voz es apenas consultada en períodos de dos o cuatro años, mientras que los «electores externos» pueden pronunciarse y por cierto influir, todos los días y ante cualquier circunstancia.
El saldo de este tutelaje, para recoger el pensamiento del expresidente del Ecuador, Oswaldo Hurtado (expuesto recientemente en el BID, en su propuesta de reforma política para América Latina), se refleja, si se presenta el dilema, en preferir la gobernabilidad antes que incrementar o extender a otros campos la participación democrática. Lo que interesa a personajes como este defensor del «pensamiento único» es «la necesidad crucial de facilitar la correcta conducción de la economía», desde la lógica del capital financiero y desde las demandas de la Embajada, cabría añadir.