2004. Artículo publicado en el quincenario Tintají, Quito-Ecuador y en Rebelión.
La dolarización se impuso en Ecuador en un momento de desesperación, trasgrediendo el marco constitucional y apoyándose en una suerte de “terrorismo económico”. Se la justificó como vacuna para enfrentar una inexistente hiperinflación y para resolver (casi) todos los problemas en la economía. Se dijo que no había alternativas, algo absolutamente falso. Incluso si hubiese existido tal hiperinflación, las experiencias de los vecinos muestran que se puede acabar con ella sin dolarización, a un ritmo más veloz y menos costoso.
Y ahora, pasados más de cuatro años de su imposición, los resultados de la decisión irresponsable de acabar con la moneda nacional están a la vista. No se cumplen los ofrecimientos iniciales de reducir inmediatamente la inflación y las tasas de interés, e incluso de provocar inmediatamente la reactivación de la economía. Nada de eso ha sucedido. Por el contrario, se han agudizado los problemas de competitividad y las mismas fracturas sociales.
La inflación de 6,1 por ciento en diciembre del 2003 representa un valor tres veces superior a la inflación en los Estados Unidos. El nivel de precios de la economía
ecuatoriana al finalizar dicho año, que ahora “gozaría” de un índice inflacionario de un solo dígito, fue de los más altos de la región; además, su inflación fue superior a la de economías vecinas sin dolarización: Perú, Colombia, Chile y la misma Argentina para citar apenas cuatro casos. En términos de estabilización este largo e inconcluso proceso, que implicó una acumulación de más 150 puntos de inflaciónnfrente a 11 puntos acumulados en Estados Unidos, demuestra el fracaso de la dolarización. La evolución de los precios de los bienes transables se reducen -vía importaciones-, mientras que los de los bienes no transables se mantienen elevados: combinación que demuele aún más la competitividad del aparato productivo.
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